Por Darío Zarco |
“Compromiso asumido, compromiso cumplido”, reza la publicidad oficial del Gobierno estrenada en la mesa de las paritarias docentes para promocionar la aplicación de la cláusula gatillo y la promesa de inflar los sueldos lo suficiente para ganarle a la inflación.
Tanto ruido despertó el fantasma de la cláusula gatillo de 2020 que nunca se aplicó y se diluyó entre pagos parciales en negro y el “diálogo” entre funcionarios y gremialistas.
En 2021 y 2022 el compromiso asumido tampoco fue cumplido.
Por un lado, la cláusula gatillo se aplica a partir de la inflación teórica que pondera por igual pan y champú para gatos. Así, los salarios que ya tienen un carácter estrictamente alimentario, terminan aplastados por los precios de alimentos, indumentaria, transporte, luz y agua que arrastran al resto de la canasta básica.
Y por otro, el Gobierno aplica una fórmula al asumir los “compromisos” y otra a la hora de cumplirlos.
En la primera reunión paritaria del año ofreció 15 por ciento en marzo, 12 en julio, 12 en octubre y 11 en enero de 2024. “Piso de 60 por ciento”, se dijo. A pesar de que 15 + 12 + 12 + 11 = 50, el Gobierno llega a ese resultado por la aplicación “acumulativa” de los porcentajes.
Pero al aplicar la cláusula gatillo a la actualización salarial suma nominalmente los índices inflacionarios mensuales, a pesar de que estos se calculan sobre los precios ya incrementados del mes anterior.
Por ejemplo, e hipotéticamente: si 15, 12, 12 y 11 por ciento fueran índices inflacionarios mensuales, según la fórmula del Gobierno, sólo les correspondería un aumento del 50 por ciento.
Ergo: el compromiso asumido de 60 se transforma en compromiso cumplido de 50. En vulgo: 2 + 2 no siempre es igual a 4.