Por Darío Zarco |
Hace 4 años el dedo de Cristina paría la candidatura presidencial de Alberto Fernández. Lo ungió como su delfín, una especie de “Alberto al Gobierno, Cristina al poder”.
El plan nació sanito pero trajo un sapo bajo el brazo.
El kirchnerismo y sus aliados sonrieron nerviosos esforzándose para creer que Alberto sería un mero caballo de Troya que Cristina abordaría para volver a la Casa Rosada y asegurarse una historia con final feliz.
Y los gobernadores que tenían a Cristina a medio enterrar, se conformaron con poco: desmantelaron sus proyectos para sumarse a la “unidad” del peronismo con la ilusión de que Alberto la dejara a la intemperie del poder.
El candidato no tenía rodaje electoral. Desde afuera se veía cómo el secretario de Néstor pasaba a ser el secretario de Cristina. Y adentro sonaba el remix de sus imputaciones él le había hecho en los canales de televisión por corrupción, el caso Nisman y hasta por su aptitud como exitosa abogada.
El presidente que había recibido el respaldo de la mayoría de los argentinos en la segunda vuelta asumió con un pie en el helicóptero.
La hipótesis de un gobierno bicéfalo duró un segundo. Rápidamente quedó claro que el proyecto que nació con 2 cabezas ya no tenía ninguna. Alberto con las manos atadas nunca pudo asir la sartén por el mango y Cristina jamás se hizo cargo ni de la cocina ni de él.
Alberto desencantó antes a los propios que a los extraños, y fue automáticamente abandonado por su mentora y sus seguidores, que se alejaron lo máximo posible para hacerle centro con críticas de largo alcance con una puntería que es la envidia de la oposición.
Escorado desde el principio y con una implosión de contradicciones ideológicas en el gabinete donde había montado su polvorín, este gobierno logró rápidamente lo que parecía imposible: ser peor que el de Macri.
“Le he pedido a Alberto Fernández que encabece la fórmula que integraremos juntos, él como candidato a presidente y yo como candidata a vice”, había anunciado Cristina en un video estrenado en las redes el 18 de mayo de 2019, un mes antes del cierre de listas.
“Nunca tantos argentinos y tantas argentinas durmiendo en la calle. Nunca tantos y tantas con problemas de comida, de trabajo. Nunca tantos y tantas llorando frente a una factura impagable de luz o de gas”, describió.
“Y si miramos el Estado, ay Dios mío”, se alarmó.
Y se solidarizó con el pueblo argentino que sufría la “frustración producto de una estafa electoral que facilitó la llegada de Mauricio Macri al poder”, y a punto de quebrarse, advirtió que “una nueva frustración sumergiría a la Argentina en el peor de los infiernos”.
“Esta fórmula que proponemos estoy convencida que es la que mejor expresa lo que en estos momentos en la Argentina se necesita para convocar a los más amplios sectores políticos, sociales y económicos. No sólo para ganar una elección sino para gobernar”, definió.
“A mis compatriotas, que están angustiados por perder el trabajo, si aún lo conservan, que están angustiados por los precios, que no dejan de subir, y las tarifas de los servicios públicos que son impagables. Tasa de interés astronómica y rematando dólares prestados…”, insistió escaneando lo que a esa altura era una gestión desastrosa.
Pero Alberto y Cristina no sólo no retrotrajeron los tarifazos que criticaron durante sus 4 años de oposición, sino que siguieron facturándolos y aplicaron otros nuevos, incluso más lacrimógenos. Duplicaron la inflación astronómica heredada hasta llevarla a los 3 dígitos anuales y sigue subiendo. Macri se fue con una tasa de interés de 63 puntos, hoy es de 97 y aún faltan 7 meses de carrera. Y ya no hay dólares, ni propios ni ajenos, ni para rematar ni para nada.
“Una nueva frustración sumergiría a la Argentina en el peor de los infiernos”, había vaticinado.
Y acá estamos.
El año pasado Cristina explicó en Chaco que pudo haber elegido a Sergio Massa, que tenía antecedentes electorales importantes, o a Emilio Pérsico, un dirigente piquetero con base territorial, pero que eligió a Alberto, que venía con una mano atrás y otra adelante, para chantarle su humildad y generosidad en la cara a quienes la tachan de soberbia.
Así dejó en claro que se trató de proyecto de probeta, un embrión congelado que reactivó sólo por interés personal, para darse un gusto.