La Plaza del Pueblo

El tronco incrustado en un banco histórico durante una Bienal sigue ahí, imoerturbable.

Por Darío Zarco |

Amada y odiada (como Evita). Así es la plaza 25 de Mayo de 1810, de Resistencia, tras la “refuncionalización” encarada por la Municipalidad.

Los que durante un año reclamaron su reapertura, apenas se dieron el gusto corrieron al otro extremo y hoy dicen que lucía mejor cerrada.

Durante el tiempo que permaneció tapiada, una de las incógnitas de los detractores de esta remodelación del intendente Gustavo Martínez era el destino de las lajas del solado de la remodelación del intendente Rafael González, que habían sobrevivido a la remodelación de la intendente Aída Ayala.

Las consideraban parte de nuestra identidad, aunque le atribuyeron muchos gentilicios: riojanas, salteñas, jujeñas, catamarqueñas, tucumanas, mendocinas, puntanas, sanjuaninas, pero nunca chaqueñas. Chaqueño sería un ladrillo común, de barro y bosta, con el que muy pocos se identificarían.

Algunos nos alegramos cuando denunciaron que se las habían robado, pero las lajas siguen ahí. Y también están la estatua ecuestre del General San Martín y el tronco de urunday incrustado amañadamente hace 28 años por un escultor de la Bienal en un banco histórico.

Pero la remoción de las piedras es sólo una parte del blanco de las críticas que tiene en el centro a los bancos de concreto, acusados de poco amigables con la forma y la sensibilidad de los traseros, por sus asientos planos y duros y la temperatura que seguramente adquirirán expuestos a los rayos del sol.

Procústeos, fueron “tapizados” con obras de decenas de artistas con técnicas y temáticas diversas que, sobre todo y como si se tratara de una consigna, estamparon colores tan “alegres” que algunos terminaron mimetizados con los juegos infantiles.

Aún no está todo dicho: los minimalistas podremos sentarnos a esperar que el paso indefectible del tiempo y el sol implacable le devuelvan a las formas de concreto el color del concreto. Hasta que otro pintor vuelva a tapizarlos. Y así sucesivamente.

Y para los pintores también hay: los expertos curadores en que nos convertimos el sábado pasado vemos grandulones pintando dibujos aniñados. Pero uno de ellos es Milo Lockett, quizás el mayor exponente del arte chaqueño contemporáneo, o por lo menos el más famoso.

Nos creemos capaces de hacerlo mejor. Así somos. Eso convierte a la plaza en un collage en el que todos podemos meter mano sin tantos requisitos. Porque una plaza popular no debería reservar su faceta artística a una elite de prodigios de renombre, y ésta no lo hace.

Pasando en limpio

Kitsch. La plaza es kitsch; “en el buen sentido”, diría Julio. Porque las plazas viejas modernizadas no tienen muchas opciones. El kitsch reúne la estridencia de una paleta interminable de colores que no están necesariamente hilvanados en una gama, hasta los más chillones; objetos que parecen no encajar con otros o que simplemente no encajan; cosas demodé o que nunca estuvieron de moda, mezcladas con las más clásicas; y muchos etcéteras que contrastan sin pruritos con el resto.

Dicen que el kitsch no es un estilo, pero en realidad es uno que reúne a varios, cuántos más reúna, mejor. Y sería perfecto si reuniera a todos. Eso hace que al menos algo de ese catálogo tan caprichosamente ecléctico te guste como si fuera hecho para vos.

Es lo que es

Las plazas fueron históricamente concebidas como ámbitos de convergencia donde intercambiar libremente desde mercancías hasta ideas y puntos de vista, y discutir sobre algo, en este caso, sobre la misma plaza.

Juicios y prejuicios van y vienen desde su reapertura y seguirán yendo y viniendo mientras dure el shock.

Tan es así que la última semana fue el tópico más prolífico en las redes sociales, dejando chiquitas a las máximas figuras políticas de la provincia con contenido promocionado y troles en días electoralmente calientes por el cierre de listas. Si se postulara, ganaría por paliza en primera vuelta.

Dicen que “hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño”. Y aparecimos todos. Por eso no sería exagerado quien la llamara “la plaza del pueblo”.

Literalmente, en un abrir y cerrar de ojos, sus 4 manzanas concentraron la mayor cantidad de voces a favor y en contra en un debate que, como todo debate, democratiza.

Esta plaza nos agrada o nos agrede, o ambas cosas, pero difícilmente nos pase desapercibida, y sí o sí nos estimula. Como dueños, debemos reaccionar y reaccionamos. Bien por nosotros.

¡Todos al mástil de la 9 de Julio!